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domingo, 27 de marzo de 2016

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Renuncie a la palabra escrita porque pensé que la oral era más pronta y precisa: en su momento, hubo quienes me juzgaron molesta, presuntuosa, exhibicionista, aleccionadora, invasora... lo creí y deje de escribir. 

Pensé entonces que expresándome oralmente al menos la gente me diría mis fallas notando que ninguna de aquellas intenciones era cierta en mi: era más fácil que la gente me viera, me escuchara con más exactitud a lo que quiero decir si escuchaba mi tono de voz o miraba mi expresión y que mirándome realmente dialogara conmigo...

Sé que con el transcurso de los años he sido yo quien les ha dado a nuevas personas la palabra exacta con la cuál herirme, ahora se frenarme y he adquirido nuevas herramientas... 

¿Pero qué hacer cuando me encuentro estos adjetivos en este territorio donde llegué en carácter de refugiada...? ¿es acaso que lo que toca es guardar silencio? ¿se desecha a las personas que te gritan esto constantemente aún si son importantes? ¿o me levanto, me sacudo y hablo a pesar de las heridas y a pesar de lo que mis palabras puedan provocar?

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